viernes, septiembre 01, 2006

...Que la vida es un sueño, y los sueños, sueños son.

Hoy he tenido un sueño bizarro.

He soñado con que jugaba a Fahrenheit, un videojuego de PS2 con variantes en su desarrollo, como una película de cine negro que puede acontecer de una forma u otra.

Por ejemplo, en cierta escena del juego, el protagonista habla con su exnovia. Tu, como jugador, debes guiar el diálogo hacia donde más te convenga, y puedes acabar acostándote con ella una vez más o puedes echarla de tu casa a patadas. En mi caso, que soy así de bobo, la primera vez que jugué terminé en un soso "fue bonito mientras duró. Y ahora adiós".

Bueno, mi sueño empieza, como he dicho, jugando al fahrenheit, concretamente en las escena de la exnovia. Juego tan bien, que consigo con los personajes de mi consola follen al trote vivo. Por algún mecanismo onírico que no entiendo, el prota se convierte en un oso panda, sólo que con color y cara parecida a los de un perezoso. Bueno, la escena me relata un polvo entre una chica y un perez-oso, nunca mejor dicho. No sé por qué, mi primer sueño -es sabido que soñamos varias veces durante la noche- acaba cuando la tía se transforma en una perez-osa y se ponen a hacer un 69.

De ahí pasamos al segundo sueño.

Estamos en el Llobregat. Pero no el Llobregat con conocemos, no, si no un Llobregat azul eléctrico, luminoso, caudaloso, casi amazónico. Sabéis que esos ríos que en otras eras han sido mucho más caudalosos y que actualmente se vislumbran entre sus aguas piedras esculpidas eones atrás, dejando al descubierto dos dedos por encima del agua una superficie sin rugosidades y ondulada, como marfil tallado? Pues el Llobregat de mi sueño era así, con islas grandes y pequeñas de marfil que salteaban todo su recorrido, haciendo que, con ayuda de unas piernas ágiles, pudieras recorrer yardas de río sin mojarte los pies. En una de estas islas, la de mayor tamaño, se hallaba una casita, un chalet si quieres, de madera clara. Parte de las habitaciones de esta casa no tenían suelo de madera, si no que aprovechaban el mismo suelo de mineral tallado, tan impoluto que se podía comer en él. La casa tenía, además, un bonito porche, abierto por dos partes, es decir, que la casa tenía en realidad forma de n y todo el vacío de esa n era el porche. De esta manera, podías pacer en él sentado en una silla, resguardado del Sol por la casa en sí, arropado por el viento de agua dulce que desprendía el río, y mirando las aguas que venían, o las que caían al otro lado (la casa estaba encima de una mini cascada), bordeando la islita donde reposaba la casa (que ocupaba casi el cien por cien de ésta, como hecha a medida por la naturaleza). Ambos riachuelos, a derecha e izquierda de la casa, tenían un caudal prominente, que con meter medio cuerpo (tampoco era más hondo), te arrastraba sin remedio hacia la cascada -5m-, que lo peor que tenía era un tobogán irregular de piedra tallada, así que lo peor que te podía pasar eran unos moratones en el culo y un resfriado.

En esa casa vivíamos un huevo de personas jóvenes, entre un abuela de edad desconocida, pues guardaba tersedad en la piel de su cara, y caminaba con la espalda bien recta y la cara bien alta. Era la maestra. "¿Y de qué?" preguntaréis... Bueno. En los sueños, al menos los míos, se producen unos desdoblamientos de personalidad, un acercamiento onírico a Dios que ni las drogas más duras proporcionan. Es como asistir a un filme lleno de elipsis, de esos que empiezan por la mitad. El protagonista sabe un huevo de cosas que el espectador va descubriendo según los diálogos que se lleva con los demás le inducen a sacar la trama previa a lo que corresponde el espacio que ocupa la película en el tiemplo. Ej: el protagonista sabe que el malo maloso ha secuestrado a su novia y debe ir a salvarla, pero tú no, y tienes que ir enteréndote, sólo que sin flashbacks.
En el sueño estas dos percepciones se aúnan. Es como si el saber se hubiera vuelto caótico, caóticamente plácido, porque parece que siempre haya funcionado así. En mi sueño, de repente me vienen a la cabeza espontáneamente trocitos de saber -bueno, en todos mis sueños-, que yo asumo sin más. De repente sé que estoy en esa casa para algo en concreto, y no para unas vacaciones concretamente. Estoy ahí para formar mi espíritu y mi temple, junto con los demás jóvenes, y que la vieja es quien debe formarnos. Igual que las tortugas ninja y la rata mutante. Pues eso. Sé, a forma de videoclip, que el tiempo pasa, y vamos formándonos en el arte oriental de la concentración y el culto al alma, en el porche, nosotros mirando hacia la abuela, quien tiene la cascada a sus espaldas, a unos metros, y el Sol, que en el crepúsculo cae sobre la serpiente marina que es el Llobregat, haciendo que el porche sea el corazón de la casa durante unas horas al día.

Como ya he dicho, las islitas de piedra pulida hacen que todos podamos entrar y salir del río, e incluso atravesarlo, sin jodernos las bambas. La vieja también, que para algo comparte dotes con un maestro ninja, aunque casi nunca se mueve de su casa. Pues bien, en una expedición río arriba con mis padres (¿¿??) nos arrollan litros de agua que provienen de río arriba. "¡Han abierto la presa!" chilla mi madre. Claro, la presa. Todo río tiene presa, eso lo sabe todo el mundo. Menos el gilipollas del arquitecto, que construyó una casa de madera a un par de palmos por encima del nivel de agua. El agua nos arrastra hacia uno de los riachuelos que bordea la casa, pero sólo yo consigo zafarme y llegar a la costa, a la islita de la casa, oyendo como mi madre me grita, mientras cae por la cascada -que como he dicho, no existía un riesgo real, pero con la fuerza que llevaba el agua una hostia buena se la daba-: "¡Avisa a los de la depuradora, que bajan dos personas!". Eso, eso, no sea que depuren a mis padres. Como no tengo móvil, y en mitad de un río no hay cabinas -fallo- no veo otro remedio que rezar para que no les depuren. Veo unos metros arriba un coche medio arriba, con tres niños dentro, picando contra las lunetas, para evitar morir ahogados. Son niños que también se forman con la maestra, y son de mi esplai (¿?). Consigo rescatarles de ahí, ya no sé ni cómo, y volvemos a la casa saltando por islitas cada vez más diminutas, por culpa de las ascensión del nivel del agua. Busco a la vieja, que está en el porche encarada hacia la parte baja del río, con la mirada perdida en el horizonte, pasiva:
-Errrrr... Oye, ¿tienes móvil? Es que deberíamos avisar a la depuradora, porque mis padres han caído río abajo, los habrás visto desde aquí, ¿eh?
Al rato me dice:
-Ha sido Él.
Y digo él porque no recuerdo el nombre, pero era retorcido, brusco, con muchas consonantes, potente. De malvado. Otro trocito de saber se desprende sobre mi yo onírico y entiendo que si fomábamos junto al río con la vieja, era para prepararnos contra Él, el malo maloso que nos había hecho la putada de abrir la presa para jodernos a todos las bambas, y que nos la tenía jurada desde hacia generaciones, a nosotros y a la humanidad en general, creo.

La cosa es que, de repente, estoy en otro sueño. O quizá era el mismo, con una elipsis bestial. Estamos yo y unos cuatro tipos más vestidos de chungos, para pararle los pies al cabrón que no ha arremojado las bambas. Sabemos que el tío es famoso, y que si la poli no va hasta su casa y le detiene es por miedo y por -arquetípico- falta de pruebas quizá. El caso es que el malote vive en Italia, en un caserón de la polla, es rico y todo el mundo sabe que no honradamente, pero total, con un poco de suerte el fin de la humanidad llegue cuando ya no esté vivo así que qui dia passa any empeny.
Llegamos hasta la puerta del malo maloso con cuchillos jamoneros y alguna que otra pistola (yo sólo tenía navaja). La verdad es que no me he tirado yo horas ante la cascada meditando para cortarle la yugular al malo con una navaja, pero en fin.

Ya he contado en otros sueños míos que las casas son algo peculiares. Conté que siempre se trataban de casas enormes con un entramado de habitaciones y pasillos difíciles, pero que siempre tienen algo de mágico y encantador.
Pues lo que suelen tener de mágico y encantador ésta lo tenía de siniestra.

Hay otro tipo de arquitectura en mis sueños; a diferencia, como he dicho, de la primera, es que
1. Nunca he podido entrar en ellas
2. Son, no oscuras, porque para saberlo hay que estar dentro, si no pintadas de negro alquitrán, pero un negro alquitrán brillante, porque con sólo la claridad de la luna refulgen.
3. Son desproporcionadas, como si hubieran estado construidas por cíclopes con la cabeza chica. En este caso, la casa era muy alta para lo que era la superfície, parecía el faro de Hércules, casi.
4. Exteriormente, están muy decoradas. Es una especie de rococó, sólo que metálico de negro alquitrán, con lo cual es difícil reconocer los contornos de cualquier figura... Es como si el exterior de estas casas estuvieran envueltas en tuberían que van de aquí a allá sin ton ni son, todas chorreantes de grasa brillante.

Son, en general, siniestras, y así debía ser el tipo al que íbamos a despellejar. El caso es que nos plantamos delante la casa, a ver si hay algún tipo de reacción por parte de los de dentro -cámaras ocultas, etc-.
Al rato sale un segurata experto lanzador de cuchillos, y se lía a tirármelos contra mí. Yo los voy esquivando con una bandeja, que no sé de donde salió, y con mis propias manos, que se llenaron de rasguños. Cuando las había acabao todas -tenía pocas, el cabrón- le tiré certeramente la mía, y con ayuda de mis compis, lo liquidamos. Creo recordar que salió otro segurata, con el mismo éxito. Decidimos enviar a un par dentro mientras el resto montamos guardia fuera, y al rato vuelven con el malo maloso cogido a la fuerza. En ese momento, aparece la bofia en plan americano y dice que todavía no tienen pruebas para detener al mamón, y la frustración de mi grupo es unísona.

No sé si habéis visto Shaft el retorno, una bazofia protagonizada por Samuel L. Jackson, pero que tenía una escena conmovedora en que el mismo arquetipo de mafioso cabrón no es enchironado por motivos burocráticos, y toda la gente pobre que se ha visto jodida por este cabrón se echa a llorar y gritar aullidos de frustración y venganza incumplida. Es lo único de la peli.

Pues así nos sentíamos.
Decidimos marchar con el rabo entre las patas, pero de repente suceden dos cosas simultáneas.
1. Al lado de la casa de este tío había un badulake-tiendadesouvenirs. Aparece una pareja -y cuando digo aparece, digo que aparece por el portal temporal de Terminator-, probablemente europea. El hombre lleva un cuchillo jamonero en la mano (como el que llevávamos nosotros). Anda decididamente hacia la casa del malo maloso con odio en los ojos. La chica va un par de metros por detrás, temerosa de su marido, que parece dominado por la sed de venganza y odio, y no se da cuenta de que puedes llamar la atención si vas con un cuchillo jamonero en mano por un barrio comercial de Italia. La mujer le coge por el brazo para rogarle que no haga disparates. El tío se descontrola y le pega un cuchillazo a la mujer en el brazo, como sin querer. La mujer sangra que da gusto.
2. Otro trocito de conocimiento se desprende sobre mi mente y sé, por los mismos fenómenos anteriormente descritos- que estoy viendo un dejà-vu. Que, momentos antes, he estado yo en el mismo sitio con una chica, a la que he tajado en un ataque de paranoia, i sí, hemos venido a través de un vórtice temporal desde el futuro para matar al malote, y todo el argumento anterior se borra de mi cabeza. Y además, que una ambulancia viene a recoger a la chica, que está sangrando por un tubo, y se va, y me deja a mí con el cuchillo y las ganas de derrotar al malo maloso. Es como a los robots de ciencia ficción, que les insertan recuerdos falsos.

Entonces me da la sensación de que todo va a terminar, como una de esas películas cíclicas en que se acaba donde se ha empezado, que se ha creado una paradoja temporal y todo se va al garete, y de que se desvela al espectador en plan 12 monos. Pero no, mis compis de pelea ya no están en el sueño, y me acerco a la pareja -alegre de ver que no soy yo mismo- y les digo que más vale mandarla al hospital, e intento hacer desistir al tío de matar al malote, porque si se va a repetir todo, se va a tener que ir con las manos vacías y el rabo entre las patas.

Pero resulta que la chica, tras varios "no es nada, no es nada" con el brazo chorreando hemoglobina, resulta tener razón, no es nada. Sangra mucho, pero es una herida superficial. Y entonces pienso "pues será que no es un bucle temporal, ni el final del flim, ni nada, porque si lo fuera ya estaría en urgencias. Ergo, si no se repite lo que ya ha sucedido conmigo, quizá el tío este logre matar al malote". Le cuento el plan al tío, y entonces...

...No recuerdo como acaba todo.

Frustrante, ¿verdad? Lo sé.

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