sábado, mayo 27, 2006

Ya era hora


Bufffffffff... He acabado los exámenes. Me queda todavía selectividad, pero os prometo más tiempo.
Imaginaos si voy atrasado, que todavía tengo un reportaje del salón del manga a medio hacer... Casi que paso. Del que no quisiera pasar es de lo que nos pasó a mí y a mi familia durante la semana santa de este año (hace nada, vaya), del suceso rocambolesco que, si bien no cambiará el mundo, desde luego sí mi percepción de las cosas. Me jode tener que iniciar el reportaje en cuestión porque soy tan palerdo que he perdido las fotografías que demuestran la veracidad de mis palabras. Perdidas todas; posiblemente por la mala gestión de mi PC (debí borrarlas).
Si eso empiezo. Mis padres, que como meta en la vida quieren vivir de la renta y de sus hijos, tienen alquilados un par de apartamentillos en Barcelona, y tienen que tratar con todo tipo de pretendientes zumbaos, aspirantes a la mano de la dama veinticinco metros cuadrados. Lo más jodido de estos pretendientes chiflados es que no sabes que están como un cencerro hasta que ya están dentro, los muy ruines. Pero centrémonos en una inquilina especial. Unos treinta años, mujer caucásica, con amistades y vida social. Normal, vaya. Hasta que prueba las drogas. La jodimos, Barrymore. Dos meses que no nos paga, otros dos tratando de contactar con ella: no respondía al teléfono ni a las llamadas a la puerta del pisito. Y dos semanas intensas hablando con familia y amigos de la sujeto. La familia no quería saber nada (no te jode, ya tenía treinta añitos la moza), y los amigos escurrían el bulto, todo muy sospechoso. Se nos dejó caer la posibilidad de las drogas, y las conjeturas a partir de ahí fueron bárbaras.
-Está muerta, y se está pudriendo ahí dentro.
-Mamá, trato de comer (ése era yo)
-¿Y no habrá matado a alguien y lo tendrá escondido en el piso, ahí, pudriéndose?
-¡Abuela! (yo, exasperado).
-Lo mismo ha perdido la memoria de una sobredosis y no sabe ni ir... Ciertamente, este asuento huele a podrido.
-¿Podemos comer sin hacer aparecer la palabra "podrido" o derivados? Y tú, niña, déjame papas fritas, gorrona (a mi hermana).
-¡Púdrete!

En breve lo supo toda la familia: en el espacio de unos días la familia Balbastre (de ahí el nick, bulbastre) podía haber matado a Kenedy sin dejar pruebas. Claro que, de hecho, el resto de la familia lo supo antes que yo y mi hermana. Recalco esto para que se entienda lo siguiente: Estábamos mi hermana, yo y mis padres en el coche, y mis padres se ponen a hablar (flashback).

PAPÁ: -Mi hermano (mi tío, vaya) dijo que se asomó al recibidor y que hacía una peste horrible. Claro, debe hacer tiempo que no tira la basura (la inquilina).
MAMÁ: -Igual está muerta, y el olor debe ser a podredumbre.
P: -Aps, pues igual sí.
M: -Claro que un muerto tampoco huele a podrido... Huele mal, pero no a podrido. Recuerdo cuando se murió mi tía, que hacía un olor muy característico. Los muertos hacen un olor característico. ¿Tu hermano sabe a qué huele un muerto?
P: -Pes... No sé.

Manda huevos. Eso es lo que pasa cuando viajas con zumbados. "Y dime, cariño, ¿tu hermano sabe a qué huele un muerto?", "No sé". Mi hermana y yo, al término de esta conversación, estábamos a punto de saltar del vehículo en marcha. Teníamos los ojos fuera de las órbitas y estábamos pegados a los asientos.

El caso es que como el follón nos caía poco antes de semana santa, dejamos la investigación policial para ésta.
-Hola, creemos que tenemos un muerto en el piso, pero mi hermano tampoco sabe diferenciar la olor de un muerto, o sea que vaya usted a saber...
La bofia nos dijo que era la familia la que tenía que dar parte, pero esta no quería saber nada, así que, como ya he dicho, tuvimos que movernos by ourselves, hablar con los amigos, etc. Cuando le presentamos a la poli sospechas fundamentadas de una relación con las drogas, nos dijo que entráramos NOSOTROS en el piso, y diéramos parte de lo visto (n'se vayan a cansar).
Mi tío y mi padre entraron, y el espectáculo no pudo ser más funesto. Fiambres, no había ni uno (siempre he querido ver uno, jo), pero el piso estaba hecho una pocilga. No había un palmo del suelo cubierto de ropa húmeda (y por lo tanto, en proceso de putrección -¡cuántos derivados tiene esta palabra!-). Ropa rota colgando de la barra de la ducha, de los armarios, del techo. Sábanas cogidas de la calle tapaban cualquier símil de orificio por el que pudiera entrar la luz exterior. El lavabo estaba encharcado, con barro, había tantos objetos por doquier que era quasi imposible circular. Posteriormente dedujimos que toda esa cantidad de basura la había cogido por la calle. Es imposible que alguien tenga tanta ropa, botellas, zapatos rotos, drapos, etc etc etc. Cambiamos la cerradura (la habíamos reventado), y esa misma noche llamó la inquilina, que qué era eso de dejarla en la calle, que qué nos habíamos creído. Con ella en comisaría se supo que sí, que las drogas la habían vuelto turuta y concluían que se volvería con su familia, y estaría a tratación. Pero claro, aquí los guapos que limpiaron el piso, fuimos mi familia. Mi padre, mi madre y yo, concretamente. Y algún vecino que se debía traer aprendida la rima del viejo pobre y mísero que comía las hierbas del suelo, que dió buena cuenta de los objetos aprovechables de la pocilga.
De un piso de poco más de 20 m cuadrados, sacamos unas veinta bolsas de basura tamaño grande llenas de mierda hasta los topes, más otras dos extras, en las que nos llevamos todo lo aprovechable. Película en cinta y DVD, Cds de música (o esa es la excusa para tener a Camela en mi estantería), una cámara de vídeos y alguna que otra gilipollez. También tiramos un par de muebles: un armario ropero y una mesilla de noche. Dentro de esta última había una bilblia, una guía telefónica, y lo que primero parecían unos apuntes de clase (era universitaria), se convirtieron en mi más reciente obsesión: cuando hojeé con cuidado la libreta en cuestión capté unas pocas palabras de lo que debía ser su diario personal. Rápidamente mi mente se imaginó el diario de una drogadicta: visiones oníricas y paisajes góticos, gotas de lluvia en forma de alfileres helados, desesperación, esporádicas escapadas hacia la libertad mediante psicotrópicos.
Los cojones.
Concluí que las palabras no eran de su puño y letra. Cito:

"Mi cabeza mide ochenta y ocho centímetros de circunferencia y tengo una amplia masa carnosa en la parte de atrás, grande como un tazón. La otra parte parece, digamos, valles y montañas, todos amontonados, mientras que mi cara tiene un aspecto que nadie quisiera describir. Mi mano derecha posee casi el tamaño y la forma de una pata de elefante. El otro brazo y mano no son mayores que los de un niño de diez años, y están algo deformados..."

Me dispuse, pues, a leer durante mis horas perdidas, y luego durante mis horas en general, a leer este obsesivo autoretrato de el hombre elefante. ¿Cómo había llegado este relato a las manos de la inquilina? Ni zorra. Pero ahora está en las mías, y es mío, y hago con él lo que quiero. Y he decidido colgarlo de internet, en forma de blog. Desde hoy se abre El Hombre Elefante Barcelonés,
donde iré colgando los días de su vida tal y como los escribe en su diario (aunque no podréis apreciar la mala letra; normal, si piensas en manos deformes).


PD: Cada vez que sucedan cosas importantes en la transcripción de su diario, las iré notificando aquí, para que no perdáis huella.


PDD: Al fin tengo lo que quería



Aquí podéis ver las fotos

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