Tengo puesto el réquiem de Mozart. Es la música más erótica que he encontrado entre mis vinilos.
Tengo suavemente apoyados mis labios en su resplandeciente pelo. Dejo que el cálido aire que sale de mi nariz acaricie su hombro derecho. Voy besándola con dulzura, pero in crescendo. Estoy a mitad de camino entre su hombro y su cuello. Ahí empiezo los mordiscos.
Para cuando he llegado al oído un torrente de sangre está manchando su pelo, hechado graciosamente a un lado, para dejar vía libre a mis dientes y despedazar esa dulce y blanda carne.
La cojo poderosamente y la echo en la cama. Yo me pongo encima y nos empezamos a comer los labios salvajemente; dos calaveras sonrientes. Para cuando soy inzapaz de pronunciar la "p", cojo sus muñecas y las dejo reposando a los lados de su cabeza, dejándola en una actitud de sumisión.
Si nos seguiéramos besando oiríamos el rechinchieo de los dientes del uno con el otro, así que me tumbo a su lado y la abrazo para que nunca huya. Se le corta la respiración, y mis dedos se hunden tanto entre sus costillas que noto con la punta el palpitar sensual del higado y la apurada contracción y expansión del diafragma... No, ya no la noto. La he matado.
¿Te ha afectado ver Sin City, no?
ResponderEliminarPues la tengo que ver...
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