jueves, octubre 27, 2005

Redacción de castellano

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA


Puedo probar que esta expresión es de la época en que los romanos ceñían el mundo a sus caprichos. Los romanos, como curiosidad para quien no lo supiera, no eran culturalmente tan avanzados como nos creemos a día de hoy. En realidad toda su pompa y aristocracia se la debían a los griegos, de los cuales copiaron hasta las sábanas a modo de vestimenta. Se comenta actualmente que tanto romanos como griegos eran muy de manga ancha, pero esto, amigos míos, no es más que una invención de la ciudadanía griega actual (alta en densidad de homosexuales), para que la Iglesia Católica no haga campos de concentración en plena Grecia, y atribuya su propensión hacia la homosexualidad a la misma inercia de las costumbres que este rico pueblo rezuma. Es evidente que, con lo conservadora que es la Iglesia Católica (y demás iglesias, porqué no decirlo) no ve mal el que un pueblo siga sus costumbres, aunque sean poco acordes con las doctrinas católicas. Piensan que no hay mal que por bien no venga, y prefieren hacer la vista gorda que complicar las cosas metiendo las narices en país ajeno y doctrinando el amor tal y como Dios lo da por bueno (es decir, heterosexual).


No quiero entrar en connotaciones xenófobas ni homófobas, y pido perdón al lector si ofendo en algo y mi sentido del humor y mi falta de pudor no son de su agrado, pero prueba de mi permisividad y personalidad de joven progresista es el número creciente (en números brutos, no en porcentaje) de amigos que tengo que degustan pescado antes que carne -o directamente los dos-, y no les señalo con el dedo ni les digo que hacen mal, si no que soy amigo suyo y no me avergüenzo.


Romanos y griegos, provinentes de culturas heterosexuales, como ya he dicho, y no como se cuenta ahora, dominaban la tierra (luego vendrá un meteorito y los extinguirá; hoy en día encontramos sus restos en forma de fósiles). Julio César llegó al trono como quien no quiere la cosa, y decidió que le sentaba muy bien el laurel y que no quería quitárselo en un largo lapso de tiempo y mandato. Para ese entonces, Roma ya aspiraba al nivel cultural de Grecia, y César, que era hombre de mundo, estrechó la relación de ambas culturas en beneficio propio. Concretamente, mandó a los griegos que aplicaran uno de sus más recientes inventos, el marketing, a su persona. César necesitaba algo; un símbolo, una representación, que le hiciera duradero en su cargo de emperador de Roma y enchufado de Grecia.

Los griegos, que se dispusieron a trabajar raudo y veloz (faltaría más, temiéndose lo peor de una cultura vecina tan atrasada y garrula que había inventado un circo con horario infantil y pases de temporada donde echaban a los subordinados que no cumplían las expectativas a los leones) en un ingenioso logo, por así decirlo, que hiciera justicia al magnánime César.

Se exprimieron la cabeza partiendo del nuevo concepto del márketing (que repito, lo inventaron ellos y no el anterior Papa), y, no dando con la solución, mandaron a cincuenta esclavos día y noche a trabajar por muy bajo precio (es decir, cero patatero, pero me alegra decir que en un lapso mayor que el de un milenio la humanidad ha conseguido que se fabriquen zapatillas deportivas por gente que cobra dos pesetas a la semana en vez de ese cero patatero -- aunque deberíamos mostrar admiración hacia Grecia, que ya iba avanzada en este negocio, y es que Zara tampoco inventó nada), en algo del agrado del César. Dichos esclavos, que no veían nunca la luz del Sol desde que nacían, no sabían a quién correspondía el nombre de Julio, ni si correspondía a un hombre o a una mujer (es lo que tiene trabajar con estratos sociales pobres, que no tienen la más mínima cultura ni deferencia ni respeto por la mano que les da de comer -si les quiere dar de comer, que no pasa todos los días-), así que, para reducir el margen de error, hicieron un slogan (y este término lo invento Grecia, y esto es totalmente cierto) para cada uno de los dos casos. Así, si ese nombre que no estaban acostumbrados a oír -pues era un nombre de origen romano- era el de un hombre, acertaban, y lo mismo si era mujer. El slogan que costó meses de trabajo y tres vidas esclavas por falta de una alimentación sana y abaratamiento de costes fue:


Julio César: El mejor marido para todas las mujeres, y la mejor mujer para todos los maridos”


Julio, al recibir un pin con este slogan para llevarlo o bien en el pecho o bien en la capa de terciopelo chincilla, no se escandalizó. Tengamos en cuenta que había tenido que asistir, como militar que era, a muchas reuniones del ejército con sus compañeros de armas, que usualmente acababan con vino a litros y los instintos animales que caracterizan a todo hombre después de puntuar un diez por ciento de alcohol en sangre soplando en comisaría -tanto la comisaría como el cacharrito por el que hacen soplar ahora para saber si estás borracho lo inventó Grecia- en pleno estado de ebullición, había aprendido a aceptar formas de sexo alternativas (más teniendo en cuenta que no había mujeres soldado) y a disfrutar de una vida doble.

Y más aún teniendo en cuenta que la distribución de dicho slogan ya estaba en la calle, y todo romano dentro de poco tendría una camiseta con dicha frase impresa (pues su hijo Brutus, que quería arrebatar la posición a su padre, había dado el visto bueno al slogan con tal de hundirlo y no sabía que César había entendido tan rápido el concepto de marketing y ya había deducido que el causar polémica vende -y esta vez inventaron algo los romanos y no los griegos ni la familia Jackson-) simplemente dijo:


-No hay mal que por bien no venga- y se hizo famoso (aunque sólo ocupó el cargo cuatro años).

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